Fuente: Periodismo Humano, por Alberto Senante

“De la noche a la mañana me vi durmiendo en la calle”. Vicente Ramón cuenta su experiencia de quedarse sin nada en una ciudad como Madrid, y salir de esa situación gracias a los escasos servicios sociales que se mantienen en la capital. La reforma local propuesta por el Gobierno puede suponer una drástica reducción de las ayudas a ese número creciente de personas que lo han perdido todo.

Vicente no es una persona corriente. Eso uno se da cuenta desde que le estrecha la mano. Y lo confirma apenas se le pide que diga su nombre a cámara. “Vicente Ramón, Ramón es el primer apellido, todo el mundo cree que es compuesto”. Y ya no para de contar sin interrupciones su vida. Adelantándose a cualquier pregunta, hilando palabras como sólo lo saben hacer los que tienen alma de niño o de cuentacuentos.

Desde luego, Vicente Ramón no es una persona corriente. Como tampoco lo era su profesión hasta hace dos años, vendedor de juguetes y objetos antiguos por internet. Aunque por desgracia, su historia es la de miles. Su negocio se hunde con la crisis, y después de no pagar varios meses el alquiler una noche de septiembre se encuentra “durmiendo en la calle con lo puesto”.

Hijo único, sin familiares cercanos, pidió ayuda a los que hasta entonces habían sido sus amigos, pero no obtuvo respuesta. “Había dejado de ser Vicente Ramón y me había convertido en un problema. Y la gente no quiere problemas”, razona. Duele, más de lo habitual, imaginar a este hombre de 55 años que desborda sensibilidad pasarse tres meses sobreviviendo por las calles de Madrid, haciendo cola en los comedores, tocando en las puertas de los abarrotados albergues. Y cuesta creer a este sonriente licenciado en Geografía e Historia cuando recuerda que trató de suicidarse en dos ocasiones. “Ahora puedo decirlo, felizmente sin resultado“, añade sin dramatismo.

Vicente puede contarlo. Vive en uno de los pocos albergues de la capital que no tienen límite de estancia. Participa en el blog colectivo que ha puesto en marcha la ONG Realidades. Con retraso, pero ha conseguido los 375 euros mensuales que concede la Renta Mínima de Inserción (RMI), esos que le permiten pagarse su café, o “incluso invitar de vez en cuando”. La Red Europea de Lucha contra la Exclusión (EAPN) en Madrid denunció el pasado noviembre en un informe retrasos de hasta un año y medio en la aprobación de unas ayudas que por ley deben tramitarse en menos de 3 meses.

Vicente culpa a uno de esos retrasos de la muerte de su amigo José Manuel. Pidieron esa ayuda a la vez, pero él murió hace cuatro meses después de más de un año sin tener una respuesta. La renta mínima suele ser el primer peldaño en que se impulsan muchas de las personas que lo han perdido todo para empezar a recuperar su vida, o al menos no seguir perdiéndola. “Seguro que hay muchos más casos, pero yo al menos conozco este”, lamenta Vicente, en el único momento de la conversación que pierde la alegría en la mirada. 

Vicente Ramón durante la entrevista. Autor: Tomás Guil.

Vicente Ramón durante la entrevista. Autor: Tomás Guil.

Reforma local, recorte general

Según la EAPN,  en España más de 3 millones de personas, el doble que antes de la crisis, están en “situación de pobreza severa”. Es decir, sobreviven con menos de 307 euros al mes. Mientras que más de 13 millones, cerca del 30% de la población, se encontrarían en riesgo de pobreza o exclusión social. Datos que encierran historias como la de Vicente, o la de José Manuel… Mientras las personas que las necesitan aumentan, casi un tercio de las ayudas se han evaporado. Según el Consejo General de Trabajo Social, los presupuestos en servicios sociales desde el 2011, han descendido en más de 700 millones de euros. El presidente de la EAPN-España, Carlos Susías, los califica como “un ataque directo al eslabón más débil de la sociedad”.

Para ellos, cualquier recorte en los servicios públicos, significa dejar de poder ir al médico, ir al colegio, comer tres veces al día, dormir bajo techo. O perder la vida. Desde el comienzo de la crisis en 2008, el número de suicidios ha subido de forma moderada, incluso con una reducción en 2010. Pero en 2012, cuando las situaciones de pobreza se estabilizan, 3.529 personas se quitaron la vida según el Instituto Nacional de Estadística. Un incremento del 11%.

Nada hace pensar que próximos datos serán mejores. Con la Reforma Local aprobada el pasado diciembre, y de aplicación a partir de 2015,unas Comunidades Autónomas ya endeudadas tendrán que asumir los servicios sociales, entre ellos los programas para personas sin hogar. Hasta ahora, todos los municipios de más de 20 mil habitantes se encargaban, mejor o peor, de estos recursos.

“Con el cambio de competencias, nos limitaremos a dar información, pero no podremos intervenir”, lamenta Concha Vázquez, portavoz de laMarea Naranja, plataforma ciudadana en defensa de los servicios sociales, en la ciudad de Sevilla. Para ella, tras el desmantelamiento de la Ley de Dependencia, la reforma local es el golpe de gracia al sistema de protección social, y que sin embargo, para la mayoría “pasa inadvertido”.

Desde esta plataforma denuncian que desde el comienzo de la crisis “la prioridad para recortar han sido los servicios sociales”, llevándose por delante los derechos que protegían. Concha ilustra la gravedad de la situación. “Antes atendíamos individuos, ahora son familias completas”. Esta trabajadora social advierte que uno de los objetivos de la reforma local es “potenciar la privatización de los servicios que puedan ser un negocio”, como las residencias de mayores. El Gobierno de Mariano Rajoy la presentó como un éxito que permitirá un ahorro de 8.000 millones de euros entre 2013 y 2015.

Decía el sociólogo Pedro Cabrera que la atención a las personas sin hogar es una como una red de circo, que debía estar siempre para cualquiera que se resbalase en la cuerda floja en la que nos obliga a caminar esta sociedad. Hace años, se criticaba que esa red solo fuera capaz de amortiguar algo la caída, y apenas impulsara a volver a agarrar la cuerda… Ahora, que es más difícil que nunca mantener el equilibro, resulta que esa red de seguridad se vuelve cada vez menos resistente, no aguanta el peso de tantos caídos, y sus nudos están cada vez más separados. Por uno de esos agujeros se coló José Manuel hace unos meses. Con sólo un trozo de esa frágil red se ha agarrado Vicente a la vida.

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