En las últimas semanas estamos viendo cómo los medios de comunicación recogen a diario la alarmante oleada de violencia y delitos de odio por aporofobia que sufren las personas que están sin hogar. Una realidad que no aparece reflejada en los datos oficiales, debido a la infradenuncia que existe en este colectivo por varias causas: trabas burocráticas, miedo a represalias o falta de documentación, tal y como cuentan algunas voces que lo han experimentado en primera persona.

Esta semana conocíamos los últimos datos que maneja el
Ministerio del Interior y que reflejan el aumento de los delitos de odio en 2021, lo que supone un 41 % más que cinco años atrás. Las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad investigaron 1.802 posibles delitos de odio el pasado año relacionados, principalmente, con violencia y discriminación racista, LGTBIfóbica o ideológica.

No obstante, estos datos oficiales no recogen la realidad violenta que sufren a diario las personas que están sin hogar. Nos tenemos que remontar a 2015, cuando el Observatorio de Delitos de Odio contra Personas sin Hogar – Hatento reflejó que un 47 % de las personas entrevistadas alegaron haber sufrido, al menos, un delito relacionado con la aporofobia durante su etapa de sinhogarismo. Y de éstas, un 81 % habría sufrido estos delitos en más de una ocasión.

Según este estudio, tan sólo el 13 % de las personas sin hogar que ha sufrido un delito de odio por aporofobia ha llegado a denunciar los hechos delictivos. Una preocupante infradenuncia que responde a las dificultades para pedir protección, al miedo a posibles represalias o a la expulsión, en el caso de las personas que se encuentran en una situación administrativa irregular.

En los últimos meses hemos podido observar cómo los medios de comunicación han recogido esta preocupante violencia hacia las personas que están sin hogar sin hablar de aporofobia: miedo y odio al pobre. Hay decenas de titulares con “muerte violenta”, cuando tras de sí se esconde un asesinato. O cuando tratan el fallecimiento de estas personas como si se hubiese producido de “forma natural”, sin indagar en sus realidades y dificultades. Las extremas condiciones de la supervivencia en la calle recorta la esperanza de vida hasta en 30 años, datos que manejamos las asociaciones.

No hay que olvidar que los delitos de odio hacia las personas pobres son un tipo de violencia que puede sumarse a otras
intersecciones del sujeto: raza, género, orientación o expresión sexual, identidad de género, ideología o discapacidad, entre otros. Estos factores aumentan la exposición a agresiones que sufren las víctimas que se encuentran sin techo.

Algunos Ayuntamiento, como el de Alicante, han aprobado unas medidas que pretenden prohibir el dormir en espacios públicos o lavarse en fuentes, con la implantación de multas imposibles para una persona que no tiene casa. Medidas aporófobas públicas que dejan en una mayor indefensión y vulnerabilidad a uno de los colectivos que más creció por las consecuencias económicas de la pandemia.

Estas iniciativas se unen a aquellas que venimos observando desde hace años con algunas denuncias y trabas vecinales hacia el sinhogarismo, o la arquitectura hostil, que impide el descanso de estas personas en determinadas zonas de la ciudad y los expulsa a zonas menos céntricas. En Madrid, desde hace años, existe este tipo de violencia arquitectónica para “limpiar” de sinhogarismo zonas céntricas como la Plaza de la Luna, cercana a Gran Vía.

Estas políticas públicas repercuten negativamente en la salud mental de esta parte de la ciudadanía, además de golpear sus posibilidades de salir del sinhogarismo y que los expone, todavía más, a la desprotección e inseguridad.

Iceberg de la aporofobia

Ejercicio de identificación de violencias realizado por personas sin hogar en nuestros talleres

Cualquiera puede verse sin casa de la noche a la mañana por una mala decisión. La gente cree que acabas durmiendo en sitios públicos porque te lo has buscado o peor, porque te lo mereces” cuenta Alfonso, quien se volvió invisible durante años para los ciudadanos de a pie. Hoy, más empoderado que entonces, recuerda aquella etapa de su vida como “un infierno”, ya que “nadie quiere vivir en la calle”.

Esto se suma a que las personas que ya ven vulnerados determinados derechos, como a la intimidad o a la seguridad, aumentan sus miedos y se sienten más estigmatizadas, sin defensa, viendo que se cuenta con ellas para establecer soluciones reales.

Sin voces como las de Alfonso es fácil que el único relato que se introduce en las casas a través de los medios de comunicación sea el de una realidad simplificada que atenta contra la dignidad de estas personas. “No puedes procesar cuando te apartan la mirada o te tratan como un delincuente. El sinhogarismo no es sinónimo de delincuencia ni adicción. Cualquiera puede verse de la noche a la mañana durmiendo en la calle, como me pasó a mí”.

Existe tanta diversidad de relatos como personas en situación de sinhogarismo. Hay veces, que algunos acaban en la calle porque no cuentan con una red de apoyo, como el familiar, en momentos de máxima dificultad.

Su compañero de taller, Juan, explica que una de las cosas más difíciles que ha vivido es cuando socialmente se trata a una persona sin hogar como si no fuera un ser humano. “Cuando te ignoran o se cambian de acera porque eres molesto o simplemente no existes para los demás, te afecta mucho la autoestima. No se digiere, y ves cómo aumenta tu depresión”.

Los albergues y otros recursos destinados a las personas que están sin hogar tampoco ayudan. Dos mujeres que vivieron durante años en la calle explican que la violencia se multiplica en sus casos “por ser mujer”. Una realidad que está presente hasta en los albergues y recursos públicos. “Violaciones, maltrato y continua violencia. Hay veces que prefieres dormir en la calle”, cuenta una de ellas con lágrimas en los ojos.

En la actualidad, la historia de estas cuatro personas ha dado un giro y recuerdan aquellos días en los que vivían en la calle como algo lejano. No obstante, todos coinciden en que fue, seguramente, lo más duro que les ha tocado vivir. Hoy están agradecidos por haber tenido una segunda oportunidad en la vida.

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