Publicado en El Diario – (Des)Igualdad
Si le preguntase a alguien que hiciese un retrato robot de una persona sin hogar seguramente la describiría de la siguiente manera: es un hombre, de entre 45 y 60 años, duerme en un cajero o en una acera, no tiene familia, consume alcohol y mendiga. No lo neguemos, esta es la fotografía del sinhogarismo que reina en el imaginario colectivo. Evidentemente este perfil se corresponde con un perfil del sinhogarismo, pero no con el de todas las personas (ni mucho menos) que se encuentran en esta situación.
Vivimos en un sistema dominado por el patriarcado y el sinhogarismo, la pobreza y la exclusión social no iban a ser ajenos a ello. El sinhogarismo habitualmente se ha estudiado, explicado, comprendido e intervenido desde una visión androcéntrica, que invisibiliza la especificidad de las estrategias de vivienda de las mujeres. Por eso, cuando hablamos de una persona sin hogar pocas veces nos imaginamos a una mujer, de casi 60 años, procedente de una familia con muy pocos recursos que vivía en una casa de renta antigua, que no ha cotizado nunca pero ha trabajado toda la vida cuidando a su madre que murió hace unos años. Esta mujer percibe una RMI con la que paga una habitación en una casa compartida.
El concepto de «sin hogar» se asocia a estar a la calle o a dormir en albergues, espacios de los que se suelen sacar las estadísticas y en los que las mujeres son una minoría ya que se encuentran en otras manifestaciones del sinhogarismo más difíciles de detectar y de cuantificar: vivir en una vivienda sin título legal, bajo amenaza de violencia machista, vivir en una chabola, en una vivienda insegura, por ejemplo. Por ese motivo se habla de que el sinhogarismo encubierto es la situación de alojamiento más frecuente entre las mujeres sin hogar.
Las mujeres intentan sortear de cualquier manera el tener que dormir en la calle o en albergues porque son espacios muy violentos en los que se multiplica el riesgo de sufrir algún tipo de agresión sexual o de violencia machista en general. Antes de llegar a esta situación las mujeres optan por otras alternativas: duermen en casas de familiares o amistades, mantienen incluso relaciones de pareja insatisfactorias, intercambian compañía o cuidado a cambio de alojamiento (trabajadoras domésticas que trabajan internas), etc.
Según un reciente informe del Instituto de la Mujer Vasco Emakunde, en el País Vasco en torno a 500 mujeres se están sin techo o sin vivienda (en recursos específicos para personas sin hogar) pero algo más de 120.000 mujeres se encuentran sin hogar (vivienda insegura o inadecuada). Es decir, es mucho mayor el número de mujeres en estas circunstancias que durmiendo en la calle o en albergues.
Lo que vemos: en Madrid hay un 11,5% de mujeres sin hogar en situación de calle, según el último recuento de personas sin hogar realizado por el Ayuntamiento. Pero lo que no se ve, no existe: la cantidad de mujeres (y también hombres) que se encuentran en otras manifestaciones mucho menos visibles de sinhogarismo. Es fundamental hacerlo visible y para ello es urgente incorporar la perspectiva de género a la hora de abordar el sinhogarismo, en todos sus aspectos, desde la intervención social hasta en el conocimiento y estudio de esta realidad. Muchas son las personas sin hogar que reivindican este cambio y, son ellas, quienes han elaborado este vídeo para visibilizar a las invisibles dentro de los invisibles en marco de la campaña de sensibilizaCIÓN NO CALLES – Sin hogar y con derechos.