El sinhogarismo tiene muchas caras y, aunque la más visible es la que se manifiesta en la vía pública donde hay una gran presencia masculina, es un problema social que nos afecta a muchas mujeres. El sinhogarismo femenino normalmente se da en otras situaciones de exclusión residencial diferentes a vivir en la calle.

Mujeres y sinhogarismo

Los recursos para personas sin hogar están en general pensados para hombres y son muy pocos los programas adaptados a mujeres. Sin ir más lejos, los recuentos que reflejan el número de personas que se encuentran sin hogar se suelen hacer contabilizando solamente el número de personas que están en situación de calle o en albergues de la red de atención, casos en los que la mayoría son hombres. Por lo que quedan fuera de ese recuento muchas las personas que viven otras manifestaciones del sinhogarismo.

Todo esto ha generado que habitualmente se haya estudiado, explicado, comprendido e intervenido desde una visión androcéntrica y patriarcal, como ocurre con muchas otras realidades, sin tener en cuenta la especificidad de las estrategias de vivienda de las mujeres que se encuentran en una situación de exclusión social extrema. Las mujeres sorteamos de cualquier manera tener que dormir en la calle o en albergues porque son espacios muy violentos en los que se multiplica nuestro riesgo de sufrir algún tipo de agresión sexual o de violencia machista en general. Antes de llegar a esta situación optamos por alternativas que se corresponden con otras situaciones de exclusión residencial, menos estudiadas y cuantificadas.  

La brecha salarial, el cierre del mercado laboral para las mujeres, que se nos reduzca a un rol maternal/reproductivo y a la esfera privada del hogar, la cosificación sexual y el doble estigma social (por ser una mujer y estar sin hogar), entre otros factores, hacen que muchas mujeres sigamos manteniendo una alta dependencia económica de nuestras parejas o de otras personas. Una simple ruptura sentimental puede implicar para nosotras la ausencia de recursos económicos básicos para nuestra supervivencia y bienestar social. Por este motivo muchas mujeres mantenemos relaciones de pareja insatisfactorias o nos emparejamos simplemente para tener un “elemento de protección”, nos prostituimos, intercambiamos compañía o cuidado a cambio de alojamiento, incluso llegamos a no denunciar agresiones y violencias machistas, con tal de no terminar en la calle. Una compañera decía: “No eres una persona en la calle, eres una mujer en la calle”.

La violencia machista, tanto en la familia de origen como en la formada, es una de las causas más frecuentes del sinhogarismo femenino y también un factor que fomenta otros factores de riesgo como las enfermedades físicas y mentales. También somos muchas las mujeres que hemos trabajado durante años y años dentro del hogar, sin percibir ingreso alguno ni cotizar, por lo que nuestra dependencia económica es total y a veces llegamos a estar sin hogar a edades muy avanzadas.  

¿Cuál es la realidad tras los datos?

Según el VIII Recuento de personas sin hogar en la ciudad de Madrid (realizado en diciembre de 2016) tan sólo el 11,5% de las personas que están sin hogar en Madrid son mujeres.

Vivimos en un sistema dominado por el patriarcado que invisibiliza y fomenta la desigualdad de las mujeres. La pobreza, el sinhogarismo y la exclusión social no son ajenos a esto. Ser mujer es un factor que se ha asociado desde siempre a la pobreza, que afecta de manera diferente a mujeres y a hombres. Por eso no nos encaja el dato de que tan sólo haya un 11,5% de mujeres sin hogar en la ciudad de Madrid.

El sinhogarismo se ha estudiado, explicado, comprendido e intervenido desde una visión androcéntrica, que invisibiliza la especificidad de las estrategias de vivienda de las mujeres y, por tanto, sus experiencias subjetivas. Por ello, es fundamental analizar la exclusión social teniendo en cuenta la perspectiva de género.

Si te preguntase que me describieses a una persona sin hogar, seguramente lo primero que se te viene a la cabeza es que es un hombre, de mediana edad, que vive en la calle. El concepto “sin hogar” se asume tradicionalmente a estar en la intemperie o a dormir en albergues, situaciones en las que las mujeres son una minoría, ellas se encuentran más en otras manifestaciones del sinhogarismo que son más difíciles de detectar y de cuantificar. Pero sin hogar es mucho más que no tener techo y no todas las personas que están sin hogar, ni mucho menos, duermen en la calle.

Las mujeres, simplemente por el hecho de ser mujeres, intentan sortear de cualquier manera el tener que dormir en la calle: «No eres una persona en la calle, eres una mujer en la calle”. En general las mujeres optan por otras alternativas: duermen en casas de familiares o amistades, mantienen incluso relaciones de pareja insatisfactorias, intercambian compañía o cuidado a cambio de alojamiento (trabajadoras domésticas que trabajan internas).

Si cuantificamos el número de mujeres que viven en una vivienda insegura (bajo amenaza de desahucio, en régimen de tenencia inseguro –acogida por familiares/amistades, subarrendamiento, ocupación ilegal-) o bajo amenaza de violencia machista por parte de su pareja o familia, es mucho mayor que el de los hombres.

Según un reciente informe del Instituto de la Mujer Vasco, en el País Vasco en torno a 500 mujeres se encontrarían sin techo o sin vivienda (en recursos específicos para personas sin hogar) pero algo más de 120.000 mujeres se encuentran sin hogar (vivienda insegura o inadecuada). Es decir, es mucho mayor el número de mujeres en estas circunstancias que durmiendo en la calle o en recursos.

Vulneración del derecho a la seguridad y a la intimidad de las mujeres sin hogar
Como hemos señalado antes, las mujeres sin hogar intentan sortear por cualquier medio el hecho de dormir en la calle o en albergues porque son espacios mucho más violentos para ellas, donde corren un riesgo aún mayor de sufrir algún tipo de agresión sexual o de violencia machista en general.

Las actitudes machistas y patriarcales se manifiestan de manera mucho más violenta y extrema en el ámbito de la calle o en los recursos compartidos con hombres. Las mujeres sin hogar se ven atravesadas por una multiplicidad de factores que vulneran totalmente su derecho a la intimidad y a la seguridad (y muchos otros derechos) y son más propensas a vivir situaciones de miedo, degradación, exclusión e indefensión. Es decir, no sólo eres mujer, sino que además eres pobre (aporofobia) y quizá migrante (racismo, xenofobia) o transexual (transfobia), por ejemplo.

En definitiva, las mujeres sufren con mayor dureza las condiciones en las que se encuentran las personas sin hogar. Y es preciso que a la hora de abordar el sinhogarismo se contemplen entre los objetivos y las medidas que se lleven a cabo las especificidades de las mujeres sin hogar.

Algunos datos

Según la Estrategia de Inclusión de la Comunidad de Madrid

En términos generales el riesgo de exclusión social es más alto en las mujeres que en los hombres. En la Comunidad de Madrid también se observa esta diferencia. En 2014, el 53,6% de las personas en riesgo de pobreza y exclusión social en Madrid eran mujeres, frente a un 46,4% de hombres.

Esta situación se agrava en los hogares encabezados por mujeres con niños dependientes, hogares monomarentales, en los que generalmente la tasa de actividad de las mujeres es inferior a la de los hombres, suelen tener salarios más bajos y menores prestaciones económicas por desempleo, pensiones contributivas, etc.

Cabe destacar además que aunque el grupo de personas mayores de 65 años es el de menor riesgo de pobreza y exclusión social, el porcentaje de mujeres de esta edad en riesgo de pobreza y exclusión es considerablemente mayor que el de los hombres, posiblemente debido a la tardía integración de las mujeres al mercado laboral, la mayor inestabilidad que caracteriza a su vida laboral, así como la ausencia de una adecuada protección en su vejez.

 

Según la Estrategia Nacional Integral para Personas Sin Hogar 2015-2020

Una de las tendencias registradas en Europa por el Observatorio Europeo de Sinhogarismo es el aumento de la proporción de mujeres entre las PSH jóvenes.

En 2005 la encuesta del INE detectó a un total de 3.790 mujeres sin hogar. Esa cifra aumentó hasta 4.513 en 2012, lo cual supone un incremento del 16%. La proporción de las mujeres sin hogar aumentó en el conjunto: eran el 17,3% del total de encuestados en 2005 y en 2012 subieron hasta representar el 19,6%. La subida fue, efectivamente, acusada en el sector de mujeres jóvenes.

Entre los jóvenes sin hogar (18-29 años) las mujeres suponían el 18% en 2005 y en 2012 la proporción se elevó al 25%.

Aumentos similares -algo menores- se perciben en el intervalo de 45-64 años (en 2005 las mujeres eran el 12% de ese intervalo y en 2012 subieron a ser el 17%) y mayores de 64 años (eran el 17% en 2005 y en 2012 fueron el 21%). En cambio, el porcentaje de mujeres sin hogar en el intervalo 30-44 permaneció prácticamente igual. Por su parte, los recuentos madrileños 2009-2014, muestran un aumento de las mujeres en calle, del 9% al 12,5%.

¿Cómo incorporar la perspectiva de género en el sinhorarismo?
1. Tener en cuenta el género a la hora de organizar los centros y recursos. Esto implicaría:

  • Vestuarios separados.
  • Distribución de las camas teniendo en cuenta el género.
  • Incorporar las necesidades de higiene específicas de mujeres/hombres.
  • Facilitar productos como compresas, tampones, antiinflamatorios, ropa interior limpia para mujeres. Productos que además suelen tener precios elevados.
  • Baños adaptados para las necesidades de higiene de las mujeres: bidés, duchas con alcachofa, etc.
  • Poner a disposición de usuarias/os servicios de peluquería.

2. Incorporar espacios específicos destinados a las visitas con hijos/as. La retirada de los hijos/as es un hecho muy trágico para las personas sin hogar y un espacio de este tipo (alegre, adaptado a los pequeños, etc.) aporta fluidez a los momentos de encuentro.

3. Introducir la perspectiva de género en los recursos para personas sin hogar en los de atención a drogodependientes o a salud mental garantiza la continuidad en los procesos de intervención. Actualmente se producen más abandonos de las mujeres de dichos dispositivos por estos motivos.

4. Crear normativas en los centros de acogida y albergues que contemplen las necesidades y particularidades de hombres y mujeres.

5. Incorporar cartas de derechos y deberes que contemplen la perspectiva de género e incidir en la misma manera en los programas de inclusión y no conformarse con la satisfacción de necesidades básicas.

6. Trabajar el sinhogarismo femenino desde la prevención es fundamental ante el creciente número de mujeres sin hogar. Actualmente no existen medidas que anticipen y analicen las causas y factores de riesgo específicos de mujeres.

7. Priorizar la atención de mujeres en igualdad de condiciones para acceder a un recurso.

8. Recoger los datos de las mujeres y toda la información desagregando por género.

9. Identificar las necesidades diferentes para mujeres y hombres (no dar por hecho que son las mismas) y desde ahí planificar la intervención.

10. Sensibilizar y formar a los/as profesionales de la intervención social y al propio colectivo de personas sin hogar en perspectiva de género.

11. Repartir equitativamente los recursos partiendo de la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres.

12.Tener en cuenta el género en los servicios de orientación laboral ofreciendo cursos formativos que se dirijan a específicamente a mujeres, ya que su incorporación al mercado laboral suelen ser más difícil.

13. Utilizar lenguaje inclusivo y no sexista en todas las facetas de la intervención con personas sin hogar.

14. Informar a las mujeres sin hogar sobre centros, recursos y cómo actuar en casos de violencia machista.

15. Atender en horarios conciliadores y accesibles para con el cuidado de hijos/as o de personas a cargo.

Entre los jóvenes sin hogar (18-29 años) las mujeres suponían el 18% en 2005 y en 2012 la proporción se elevó al 25%.

Según la Estrategia Nacional Integral para Personas Sin Hogar 2015-2020

En 2014, el 53,6% de las personas en riesgo de pobreza y exclusión social en Madrid eran mujeres, frente a un 46,4% de hombres.

Según la Estrategia de Inclusión de la Comunidad de Madrid

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